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SEXTING, UN COCTEL EN EL VASO ONLINE DE UNA PRÁCTICA ERÓTICA SIN LÍMITES
No es novedad.
¿Que los jóvenes utilizan las redes sociales para intercambiar información? Sí.
¿Qué el intercambio de archivos audiovisuales para relacionarse va en aumento? También.
¿Qué el sexting es un fenómeno que debe ser reflexionado? Por supuesto.
No es novedad que la juventud asuma riesgos. La aventura y la emoción son ingredientes que se toman frescos en los años del despertar del mundo.
Pero siempre cabe preguntar cuáles son las consecuencias de este coctel cuando se sirve en el vaso online de una práctica erótica sin límites.
El sexting es un término de reciente acuñación que radica en el envío y recepción de imágenes y vídeos personales de índole sexual a través de internet.
Sugerente y atractivo, con altas dosis de complicidad.
Funciona bajo una idea de privacidad que se hace trizas cuando alguna de las partes pone al descubierto la intimidad de su cómplice.
Las parejas en la era digital, los “amigos” de esta época, coquetean y se desafían en inbox, por whats app. Textos que calientan las ganas, imágenes que revientan el mercurio, se envían como si fueran la consecuencia misma de un acuerdo de dos.
Le llaman atracción, deseo, excitación. La adrenalina se vierte con cada click, con cada dedazo, con cada parpadeo, que atrapa la autoimagen del otro.
Se estremece el cuerpo, se adormece la mente, aflora el entusiasmo ante a experiencia, ante la capacidad de atraer y excitar al otro, con ayuda de un móvil, de una PC.
Pero dicen que lo que empieza acaba. Y es cierto, el encanto se rompe, cuando llegan los celos, la venganza o mala intención, que usa los blogs, las redes sociales, y los sitios de pornografía, para hacer público lo que era de dos.
¿Falta madurez o malicia para spoilear esta tragedia? Seguramente.
Las citas anónimas, los encuentros furtivos, esconden las intenciones de personas que ocultan su identidad para espolear a otros a compartir su intimidad, y hacer de esta práctica algo normal, ajeno al pudor, desterrado de las buenas costumbres.
El puyazo más profundo a los sentimientos viene de la mano de aquel que se creía conocido, porque al diseminar y dejar fuera de control la evidencia de su privacidad, destruyen el ánimo, la imagen, el prestigio, de alguien que pecó de confianza.
Hace falta comunicación -y aún más conciencia-.
Los padres no deben esperar que ocurra algún incidente desafortunado para conversar con sus hijos.
Los jóvenes -y no tan jóvenes- pueden revisar sus impulsos. La exposición de la intimidad sexual es un juego peligroso, una apuesta de riesgo. Una foto sugerente, un video de actos sexuales explícitos, es hoy tanto como regar plumas en el desierto.
No hay motivos para pagar el costo de la humillación, de la vergüenza, de la ingenuidad, que cobran intereses cuando se ingresa a la universidad, cuando se busca un trabajo, cuando se quiere formar un hogar, cuando existe un matrimonio.
Esto no es cosa de mujeres u hombres, si no de personas que no saben lidiar con la honestidad, que no dan valor a algo tan preciado como el cuerpo de otro.
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